domingo, 23 de noviembre de 2008

El sentido de la vida


¡Qué deprisa pasan las semanas, ¿verdad?! ¡A mi es que se me van volando!
Pero pienso que lo importante es sobre todo cómo sueño en mi corazón las cosas que están por delante, la esperanza que pongo en el futuro aunque el presente no lo vea del todo claro.
Os dejo con este texto sobre 'El sentido de la vida', que trata precisamente sobre este tema.

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EL SENTIDO DE LA VIDA

Sólo tu fe hará que sigas adelante cuando te encuentres ante un muro.
Que te levantes cuando caigas o que lo intentes otra vez cuando fracases.
Porque la fe mueve montañas.
No la fe ciega del que se niega a comprender,
del que no sabe y se conforma con no saber
–eso no es fe: eso es ceguera-,
Sino una fe de hombre y mujer que busca y lucha por sus sueños,
una fe activa:
Fe de vida y de esperanza,
Fe en ti mismo y en los demás, en su nobleza,
en la verdad de sus razones y hasta en sus buenas intenciones.
Fe en esta luz del nuevo día y en sus promesas y alegrías.
En la bondad, en la justicia,
en este mundo y en el otro,
en el Dios todo poderoso y en el amor que todo lo puede.
Fe en lo imposible si es hermoso.
En el futuro, en el presente,
En que no hay mal que siempre dure,
En cualquier caso, sobre todo y frente a todo:
¡Fe!

sábado, 15 de noviembre de 2008

Los tres ciegos

¿Estamos convencidos que nuestras ideas son las mejores?
¿Damos por sentado que siempre tenemos razón?
Lo que para mí es blanco, ¿puede ser gris para otra persona?
En fin, muchas más preguntas me vienen a la cabeza después de leer este cuento que adjunto esta semana, ¡pero os las dejo descubrir a vosotros!

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Los tres ciegos


Había una vez tres sabios. Y eran muy sabios. Aunque los tres eran ciegos. Como no podían ver, se habían acostumbrado a conocer las cosas con solo tocarlas. Usaban de sus manos para darse cuenta del tamaño, de la calidad y de la calidez de cuanto se ponía a su alcance.

Sucedió que un circo llegó al pueblo donde vivían los tres sabios. Entre las cosas maravillosas que llegaron con el circo, venía un gran elefante blanco. Y era tan extraordinario este animal que toda la gente no hacía más que hablar de él.

Los tres sabios que eran ciegos quisieron también conocer al elefante. Se hicieron conducir hasta el lugar donde estaba y pidieron permiso para poder tocarlo. Como el animal era muy manso, no hubo ningún inconveniente para que lo hicieran.

El primero de los tres estiró sus manos y tocó a la bestia en la cabeza. Sintió bajo sus dedos las enormes orejas y luego los dos tremendos colmillos de marfil que sobresalían de la pequeña boca. Quedó tan admirado de lo que había conocido que inmediatamente fue a contarles a los otros dos lo que había aprendido. Les dijo:

- El elefante es como un tronco, cubierto a ambos lados por dos frazadas, y del cual salen dos grandes lanzas frías y duras.

Pero resulta que cuando le tocó el turno al segundo sabio, sus manos tocaron al animal en la panza. Trató de rodear su cuerpo, pero éste era tan alto que no alcanzaba a abarcarlo con los dos brazos abiertos. Luego de mucho palpar, decidió también él contar lo que había aprendido. Les dijo:

- El elefante se parece a un tambor colocado sobre cuatro gruesas patas, y está forrado de cuero con pelo para afuera.

Entonces fue el tercer sabio, y agarró el animal justo por la cola. Se colgó de ella y comenzó a hamacarse como hacen los chicos con una soga. Como esto le gustaba al elefante, estuvo largo rato divirtiéndose en medio de la risa de todos. Cuando dejó el juego, comentaba lo que sabía. También él dijo:

- Yo sé muy bien lo que es un elefante. Es una cuerda fuerte y gruesa, que tiene un pincel en la punta. Sirve para hamacarse.

Resulta que cuando volvieron a casa y comenzaron a charlar entre ellos de lo que habían descubierto sobre el elefante, no se podían poner de acuerdo. Cada uno estaba plenamente seguro de lo que conocía. Y además tenía la certeza de que sólo había un elefante y de que los tres estaban hablando de lo mismo. Pero lo que decían parecía imposible de concordar.

Tanto charlaron y discutieron que casi se pelearon.

Pero al fin de cuentas, como eran los tres muy sabios, decidieron hacerse ayudar, y fueron a preguntar a otro sabio que había tenido la oportunidad de ver al elefante con sus propios ojos.

Y entonces descubrieron que cada uno de ellos tenía razón. Una parte de la razón. Pero que conocían del elefante solamente la parte que habían tocado.
Y le creyeron al que lo había visto y les hablaba del elefante entero.

viernes, 7 de noviembre de 2008

El viejo maestro

¡Ya hemos llegado a otro fin de semana!

¿Qué consideramos más importante: lo que llevamos en nuestro corazón o lo que nos viene de fuera? Una respuesta en la historia de esta semana.


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EL VIEJO MAESTRO

Había una vez hace mucho tiempo un viejo maestro en el arte de la guerra, ya retirado, que se dedicaba a enseñar el arte de la meditación a sus jóvenes alumnos. A pesar de su avanzada edad, corría la leyenda que todavía era capaz de derrotar a cualquier adversario.

Cierto día apareció por allí un guerrero con fama de ser el mejor en su género. Era conocido por su total falta de escrúpulos y por ser un especialista en la técnica de la provocación. Este guerrero esperaba que su adversario hiciera el primer movimiento y después con una inteligencia privilegiada para captar los errores del contrario atacaba con una velocidad fulminante. Nunca había perdido un combate.

Sabiendo de la fama del viejo maestro, fue allí para derrotarlo y así aumentar su fama de invencible. El viejo aceptó el reto y se vieron en la plaza pública con todos los alumnos y gentes del lugar. El joven empezó a insultar al viejo maestro. Le escupió, tiró piedras en su dirección, le ofendió con todo tipo de desprecios a él, sus familiares y antepasados. Durante varias horas hizo todo para provocarlo, pero el viejo maestro permaneció impasible. Al final de la tarde, exhausto y humillado, el joven guerrero se retiró.

Los discípulos corrieron hacia su maestro y le preguntaron cómo había soportado tanta indignidad de manera cobarde sin sacar su espada, asumiendo el riesgo de ser vencido.

-Si alguien te hace un regalo y tú no lo aceptas, ¿a quién pertenece ese regalo? -preguntó el viejo maestro.

-A quien intentó entregarlo -respondió un discípulo.

-Pues lo mismo vale para la rabia, la ira, los insultos y la envidia -dijo el maestro- : Cuando no son aceptados continúan perteneciendo a quien los cargaba consigo.