miércoles, 25 de junio de 2014

El viejo y el asno


Uno de los valores más necesarios hoy día para relacionarnos con los demás es la empatía.

Se suele definir como la capacidad de ponerse en el lugar de la otra persona, sentir sus emociones, pero sin perder la propia identidad.

Hay personas que les cuesta mucho este 'ponerse en los zapatos del otro', pero cuando se consigue es mucho más fácil y dinámica la relación.

El cuento de esta semana, titulado El viejo y el asno, trata precisamente sobre esta capacidad en clave de humor, y es un buen complemento del Decálogo de la Empatía.

Me ha parecido interesante compartirlo porque la empatía nos puede ayudar mucho en mundo de relaciones que tenemos. Aquí va.

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El viejo y el asno

En una granja de un país lejano había un asno. Era ciertamente un asno especial, con largas orejas sedosas y grandes ojos brillantes, y todos los niños lo querían mucho. Por eso, cuando un día desapareció, todos los niños se preocuparon. 




El asno había sido la atracción favorita de la granja infantil. Por las mañanas, los niños acostumbraban a llegar en grupos de dos o tres, o en grupos más numerosos acompañados por sus maestros para visitar al asno. Los más pequeños hasta efectuaban cortos paseos sobre él. 

Por las tardes, los niños acudían a verlo trayendo a sus padres, para que éstos también saludaran a Shlomo, el asno. 

Ahora, sin embargo, el asno no estaba y los niños se sentían abatidos.

Como la tristeza es algo contagioso, antes de que terminara el día, todos los miembros de la granja se habían congregado en el espacioso comedor y, con preocupación en todos los rostros, discutían tratando de decir qué hacer. 

Ya habían buscado por todas las partes Shlomo, el asno, que no aparecía por ningún lado.

En esa misma graja vivía un viejo, padre de uno de los primeros fundadores. Últimamente había empezado a dar muestras de senilidad y, a veces, los niños se burlaban de él abiertamente, aunque los adultos eran un poco más circunspectos. 

Pues bien, cuando toda la población de la granja estaba en el nuevo y espacioso salón-comedor preguntándose qué hacer, entró el viejo tirando de Shlomo, el asno, a sus espaldas.

Si el júbilo fue grande, el asombro fue todavía mayor. Mientras los niños rodeaban al asno, los adultos se congregaron alrededor del viejo.

- ¿Cómo es -le preguntaron- que tú, entre todos, hayas encontrado al asno? ¿Cómo lo hiciste?

El viejo se rascó la calva coronilla, miró al techo y luego al piso, sonrió y al fin dijo:

- Fue muy sencillo, simplemente me pregunté yo mismo: "si tú fueras Shlomo, el asno, ¿adónde irías?" Entonces fui, lo encontré y lo traje de regreso.

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