miércoles, 17 de octubre de 2012

El buen Rey

La historia de esta semana trata sobre un tema clásico pero muy interesante en nuestros días: ¿cómo elegir un buen dirigente?

Todos podemos aportar ideas de cómo nos gustaría que fuera este buen dirigente, pero seguramente coincidiremos en dos cosas: que sea honesto en su actuar y que haga el bien siempre que pueda.

En este contexto se desarrolla este cuento, donde se pueden añadir otros aspectos importantes: no mirar el propio interés, no tener acepción de personas, estar atento al necesitado,... 

Pero el resto lo podéis leer a continuación en esta historia titulada El buen Rey. ¡Espero que os guste!

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El buen Rey

Érase una vez que había un Rey muy piadoso y que no tenía hijos. Por ello, envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos diciendo que cualquier joven que reuniera los requisitos para aspirar a ser el sucesor al trono, debería entrevistarse con el Rey. Y estos requisitos se resumían en dos: amar a Dios y amar a su prójimo.

En una aldea lejana, un joven huérfano leyó el anuncio real. Su abuelo, que lo conocía bien, no dudó en animarlo a presentarse, pues sabía que cumplía los requisitos, pues amaba a Dios y a todos en la aldea. Pero era tan pobre que no contaba ni con vestimentas dignas, ni con el dinero para las provisiones de tan largo viaje.

Su abuelo lo animó a trabajar y el joven así lo hizo. Ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente, vendió todas sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. 

Al final del viaje, casi sin dinero, se le acercó un pobre pidiendo limosna. Tiritando de frío, vestido de harapos, imploraba: “Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...” El joven, conmovido, de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas y se puso los harapos del pobre. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba.

Cruzando los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó: “¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!” Sin pensarlo dos veces, le dio su anillo y su cadena de oro, junto con el resto de las provisiones.

Entonces, en forma titubeante, llegó al castillo vestido con harapos y sin de provisiones para el regreso. Un asistente del Rey lo llevó a un grande y lujoso salón donde estaba el Rey. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con los del Rey.

Atónito dijo: -“¡Usted... usted! ¡Usted es el pobre que estaba a la vera del camino!”

En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula: -“¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!” 

El Soberano sonriendo dijo: -“Sí, yo era ese pobre, y mi criada y sus niños también estuvieron allí”.

El joven tartamudeó: -“Pero... pe... pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?” 

El monarca contestó: “Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y no sabría realmente lo que hay en tu corazón. Como pobre, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber pasado la prueba. 

¡Así que tú serás mi heredero! -sentenció el Rey- ¡Tú heredarás mi reino!”.


La Historia de la Semana

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